12/4/16

Autoestima equilibrada [12-4-16]

 
Autoestima equilibrada

Décadas atrás nadie hablaba de cómo se sentía, más que le ponía pecho a la vida y hacía lo que tenía que hacer. Hoy aumentan los suicidios y mucho tiene que ver la falta de autovaloración. Autores de la talla de Dale Carnegie nos preparaban desde hace décadas para enfrentar esta maratón competitiva.

Antes la depresión era pereza, tristeza, quizá mal carácter, con el tiempo la ciencia fue investigando más sobre las emociones, sentimientos, trastornos y enfermedades. Pero a grado tan tremendo hemos llegado que cada vez hay más niños deprimidos. Varios son los factores que causan los bajones, ya que las exigencias socioeconómicas se tornan implacables a la hora del descarte, de esta selección de “los mejores”, según los parámetros actuales de la producción.

Tenemos que llevar en equilibrio dos realidades: la interior y la exterior. En la última, la conclusión de que “mientras no le haga daño a nadie, cada uno hace de su vida lo que quiere” es falsa, porque los comportamientos individuales recaen en la sociedad, y en el 50% o más, será la comunidad la que tendrá que hacerse cargo de aquel que supone que no le debe explicaciones a nadie.

Charlando con personas mayores, mucho mejor si es con la familia, podemos aprender cómo ellos manejaron los tiempos difíciles. Esa experiencia de vida debería ser rescatada por hijos, nietos y bisnietos. “La verdad, antes no había tiempo para deprimirse, uno hacía lo que podía y lo que no, se aguantaba. Tampoco sufríamos como hoy por lo que no podíamos tener” (Herminio, 82, jubilado).

Hoy estamos llenos de maneras de comunicar lo que nos pasa, abundan los cursos, los libros, folletos, las terapias. “Hice todo bien, me casé enamorada, tuve mis hijos, tengo mi casa… pero siempre siento que algo me falta. Estuve muy mal anímicamente… ahora tomo pastillas y estoy mejor” (Miriam, 49).

Para la mayoría el dinero es igual a felicidad. Modelos de esta deducción adoctrinan a través de los medios masivos todo el tiempo. Cristina Onassis quiso, sin embargo, dejar un legado cuando dijo: “Soy tan pobre que solo tengo dinero”.

La autoestima, como la palabra lo dice, es el valor que nos damos a nosotros mismos, la forma en que nos cuidamos y alentamos.

Leí hace poco en un artículo que las palabras “meta” y “objetivo” nos conducen mentalmente a pensar en una carrera de alto nivel, en la cual quizás no decidimos participar, pero nos vemos obligados por la presión externa. Cuantos pasaron por entrevistas laborales y personalmente son indagados: “¿Cuáles son sus metas y objetivos?”, es una pregunta bastante incómoda para responder si somos conscientes de que no tenemos ninguna gran respuesta para dar, salvo la de contar que somos sencillos, de ir descubriendo lo que la vida tiene reservado para nosotros. Con esto, probablemente no quedaríamos seleccionados.

Esta política empresarial que fuerza a las personas a pensar en ciertos conceptos de éxito, alegría, entusiasmo incluso riesgo, se está tornando medio invasiva para el tiempo y la tranquilidad que requiere el mantenimiento de la autoestima.

Cuánto nos estimamos nace con el amor de mamá y papá, con acompañar al hijo en sus tiempos de transición. Ya conocemos casos terribles de acoso escolar, también de acoso laboral.

La felicidad, dicen estudiosos estadounidenses, tiene que ver con los genes, valores y experiencias, es decir, todo lo que nos arma humanamente. La autoestima tiene que reforzarse diariamente, nutriendo nuestras cuatro dimensiones: física, mental, emocional, espiritual. Como una joya hemos de llevarla con mesura, porque tener menos es paralizante y, tener de más, es como seguir hablando cuando el auditorio hace rato quedó vacío.
 

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